miércoles, 7 de noviembre de 2007

Mis confesiones...

06/11/07
Hace demasiados años, la luna de octubre debe haberse sentido defraudada. Era de madrugada y entró en trabajo de parto una mujer que lloró nueve meses enteros porque no quería tener más hijos. Su esposo la llevó al hospital y pateó el viento presintiendo lo peor: él no quería más hijas. De ninguna manera. La madre a disgusto estaba ardiendo en calentura, por una infección de la garganta que no habían podido tratar debidamente debido al embarazo.
Así fue como llegué yo al mundo: una verdadera pena. Mi primer pecado

07/11/07
Para su desgracia mi papá engendró siete hijas y nada más tres varones. Un año después de mi nacimiento llegaron a casa mis hermanas cuatas y luego tres hermanos más. Soy la de en medio -doy este dato consciente de que dicen que es psicológicamente relevante-. Por otro lado, mi mamá pasó nueve años seguidos de su vida embarazada y el tiempo que ha llorado ha sido mucho más que ésto, aunque lo hace sin lágrimas, porque así la educaron. Yo solía llorar mares cuando niña. Mi segundo pecado.

08/11/07
La niñez me enseñó lo que era la soledad y el terror. Mi tercer pecado. Mi mejor amiga era mi muñeca Gaby, juntas atravezamos muchas noches terribles y sobrevivimos a múltiples naufragios, desolación y desencanto. No me sirvió de mucho pero, en busca de atención, desarrollé fobia a los perros, aunque cariñosamente me hacía acompañar de uno imaginario... Mi cuarto pecado. Supe, desde que tengo uso de razón, que la vida no es fácil. Mi quinto pecado y de ahí para adelante perdí la cuenta. Intuí siendo pequeña que el paraíso debería estar en la muerte. De mis padres recibí un regalo que he atesorado toda la vida y que jamás podré agradecer lo suficiente (además creció conmigo, se ha desarrollado y se ha convertido en un lugar para mí): la fe. Tuve así el privilegio de conocer a un Dios que me ama a pesar de todo (de ser quien soy) y, que con trabajos aprendí a conocer para confirmar que ha sido capaz de consolarme, acompañarme y darme en vida un paraíso que llevo conmigo a donde quiera que vaya. Sólo Él, que todo lo comprende, me ha hecho el honor de otorgarme varios milagros chiquitos como un beso, un chocolate o una mariposa y dos grandes que son mis hijos y, dueño de una gran generosidad, para los sueños me concedió alas. Definitivamente si la felicidad estuviera lejos de Dios: no quiero ser feliz. Ahora he dejado de ser niña la mayoría de las horas. ¡Cuántos pecados!

1 comentario:

Ceteris Paribus dijo...

Llegué aquí por medio de Alcachofa María... duras confesiones leo por acá. Me da gusto que ante la adversidad hayas encontrado la fe. You go, girl!!!